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Existen infinitas frases hechas que aluden a lo que somos. O a quienes somos. Sentencias que pretenden delinearnos una identidad o, al menos, etiquetarnos de manera precisa para que a otros les resulte más fácil encasillarnos en algun lugar. Nos construye, en los primeros años, la mirada del otro. Lo cual no quiere decir que nos edifique, dignifique y magnifique. A veces, tristemente, sucede lo contrario: las miradas también pueden mostrar desprecio, desaprobación y desprestigio.
En el transcurrir de la vida vamos rearmando la propia historia y con ella, recolectando piezas que conforman nuestra identidad.
No es fácil volver a adueñarse de quienes somos una vez que creímos ser algo que no éramos. Tampoco es sencillo reapropiarse de aspectos olvidados y cualidades desaparecidas. El entorno (léase familiares, amigos y otros significativos) prefieren que sigamos operando bajo el manual conocido por ellos. Todo lo que sea novedoso les resulta subversivo o, al menos, perturbador.
Por eso, infinidad de veces acomodamos el rumbo hacia los puertos conocidos. Por eso, tantísimas veces adherimos de manera automática a las ideas de otros. Por eso, tantas otras, silenciamos nuestro descontento detrás de una mueca forzada y nos alistamos en las filas conducidas por quienes alzan la voz más que nosotros.
Pero no se puede mantener amordazada y en cuativerio a la propia identidad por demasiado tiempo. Tarde o temprano, el alma cautiva rompe sus cadenas y reaparece en la superficie dispuesta a mostrarse tal cual es. Tal cual fue concebida desde el inicio. Con la única convicción de saberse digna de ser.
Recuperar la propia esencia, que es el perfume único y verdadero de la propia identidad, es una tarea que nos atañe a todos. Nos interese o no ponerlo en algún orden de prioridades, es un asunto que nos involucrará más tarde o más temprano. Con o sin nuestra aprobación. Porque así como la propia voz se alza entre el griterío alguna vez en la vida, así también nosotros nos vemos,un día, bajo nuestra propia mirada.
Victoria Branca
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