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Aquella vieja estación

Foto del escritor: Victoria BrancaVictoria Branca


Si bien la vida se vive hacia adelante, se comprende hacia atrás, decía kierkegaard. Queriendo decir, tal vez, que es necesario moverse en dirección al futuro para experimentar la vida, pero que es revisitando el pasado donde extraemos la información que nos ayuda a entender la trama.

El pasado suele cobijar vivencias que muchas veces no queremos recordar. Por eso intentamos subirnos a un tren veloz para escaparnos pronto a otra estación, que nos deje lejos y a salvo de las heridas viejas.

Pero "donde vayas, allí estarás", reza el dicho. No importa qué piruetas y malabarismos hagamos, los asuntos pendientes revolotearán en cada estación en que descendamos, por más lejos y negados que estemos en mirar hacia atrás.

Las vivencias que tuvimos a lo largo de nuestra historia nos pertenecen. Y aunque nos resulten dolorosas e incomprensibles, forman parte de nuestra anatomía espiritual. Querer dejarlas tiradas por el camino no hará que desaparezcan mágicamente de la faz del corazón, ni del recuerdo. Reprogramarse para hacer de cuenta que esas páginas de nuestra geografía no existieron tampoco aliviará el vacío en nuestro interior. O el enojo. O la tristeza honda y persistente.

Es profundamente conmovedor volver un día a aquella vieja estación donde quedó detenido parte de nuestro pasado. Donde aún aguardan, expectantes, esas partes tan nuestras. Pareciera que uno volviera a calzarse esos zapatos diminutos de cuando era niño y todo se confabulara para recrear la niñez de una manera vívida y sorprendentemente real.

Hace falta coraje y una dosis de inconciencia, es verdad. Pero pueden ser inmensas las bendiciones que el universo derrame sobre el loco que regresa atrás en el tiempo para recuperar partes de sí mismo.


Victoria Branca

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